La negación a la depresión, según Yasmina Reza
Un buen día la vida de Ariel Chipman pierde sentido. Él, quien es protagonista de la novela En el trineo de Schopenhauer de Yasmina Reza, durante años profesó la “alegría y la supremacía de la razón”, sin embargo, ello desaparece; su profesión y su matrimonio ya no le dan rumbo a su existencia.
A pesar de su desasosiego, sus allegados no sólo no entiende su malestar sino que difieren con él: su esposa pragmática y quien se dice fanática de los espartanos porque nunca dieron la menor oportunidad al “aletargamiento de la vida sentimental”, piensa seriamente en engañarlo. Un viejo amigo, Serge Othon, diverge con él y señala que en sí la vida no tiene sentido a nivel individual sino a lo colectivo; según él, somos parte del progreso humano.Además de ellos su propia psiquiatra, la cual odia los sentimientos de la compasión hacia el prójimo, lo enjuicia de susceptible.
Y aunque Ariel Chipman es parte de la ficción, el personaje está ligado a la realidad. Así cuando alguien presenta indicios de depresión es visto con indiferencia; su apatía y tristeza incomoda o hasta enfada. Pero ello no es una casualidad y en la actualidad somos vistos como elementos con ciertas habilidades, capacidades y, cuando éstas disminuyen a consecuencia de la apatía o falta de vitalidad, síntomas de a depresión, es natural que la persona sea excluida. O al menos en el ámbito laboral; en este caso, la persona deprimida no es parte del engranaje de la competitividad.
En cuanto a lo social, ahí un problema de mayores dimensiones por una cuestión a señalar: la felicidad; ésta se ha convertido en el ideal supremo de la sociedad y aunque ella se anuncia, compra y vende a diestra y siniestra, pocos podrían dar una definición del concepto. Desconocemos su esencia, pero sabemos de su ausencia; por ejemplo: cuando se presenta la frustración laboral, el fracaso en la realización personal o el sentirse desconectado en la sociedad, justo ahí identificamos a la infelicidad y la depresión.
Y entonces, la pregunta clave es: ¿Qué hacer si en algún momento somos Ariel Chipman? La respuesta lo ofrece la sociedad: seguir con el día a día. Ni pensar en excusarse en la escuela o trabajo porque ello sería motivo de burla o despido y mucho menos comentarlo con allegados, eso sólo provocaría enfado o desasosiego. Y aunque en conjunto rehuimos de la depresión, en la actualidad el transtorno avanza como un severo padecimiento; tanto que el filósofo Byung-Chul Han señala a las enfermedades mentales como las epidemias de nuestro siglo.
Para algunos, lo anterior podrá ser fatalista pero los números hablan por sí solos: 350 millones de personas sufren depresión en el mundo y es la principal causa de discapacidad en el mundo; además de ello, a los países de la OCDE la depresión les cuesta hasta un 4% de su PIB y a la Unión Europea 54, 000 millones de euros (cifras del 2010). En cuanto a nuestro país en este 2017, el 9.1% de la población sufrirá un episodio de depresión; al mismo tiempo, ya son once millones de mexicanos que la padecen.
Un buen día el pragmatismo, la indiferencia, el individualismo, lo efímero y lo material serán insuficientes para sobrellevar la vida. En ese justo momento en donde una gran mayoría sea Ariel Chipman, la sociedad aceptará (como primer paso) al padecimiento como algo natural y se podrá debatir, platicar y buscar soluciones ante ello. En segundo plano se explorará cambiar paradigmas sociales como la competitividad y la felicidad. Parece lejano y utópico, pero soñar no cuesta; al menos, no por ahora.