Melodrama tradicional vs Una mirada mexicana surrealista de Luis Buñuel
¿Qué hubiera sido de la filmografía mexicana si Denise Tual no le hubiera propuesto a Luis Buñuel venir a México?
Desde 1938, el entonces presidente Lázaro Cárdenas, había abierto los brazos de la fraternidad invitando a los exiliados españoles a venir a México. Luis Buñuel llegó en 1946 con una carrera formada; su amplia experiencia y vínculos con artistas, intelectuales, productores y demás personalidades lograron que se consolidara como uno de los directores más influyentes de su tiempo. Gracias a Denise tiene la oportunidad de conocer a Óscar Dancigers y produce su primera película en México, Gran Casino (1947) con Libertad Lamarque y Jorge Negrete como protagonistas, ésta no fue tan popular como El Gran Calavera (1949) o Los Olvidados (1950) –sin duda, uno de los mayores éxitos de su carrera y del cine mexicano.
Así podríamos hablar de todas sus películas tan comentadas y queridas por la crítica, pero hoy quiero destacar sólo algunas en las que su narrativa representa claramente la mexicanidad, entiéndase por ésta aquello que refleja o reproduce ciertas imágenes, tradiciones, costumbres y vida cotidiana de México. Para muchos, varias de sus películas con temática mexicana, tienen una estructura lineal y bastante predecible, con el típico melodrama tradicional, y en el que la virtud siempre triunfa; sin embargo, el ojo de Buñuel, ese que fue parte de los surrealistas, se deja ver en películas como: Susana (Demonio y Carne) (1950) cuya historia es sobre una chica que escapa del reformatorio en una noche de tormenta y llega a una hacienda donde es bien recibida, sin imaginar que es una mujer interesada, seductora, digna representante del arquetipo femme fatale en la literatura. Si bien, parece una historia convencional, Buñuel resalta el erotismo en varias escenas, como la del pozo, la figura reflejada por la sombra en la ventana o el encuentro con el capataz en el gallinero; también añade otras técnicas que no habían usado antes, por ejemplo, la escena de Don Guadalupe cuando imagina que está besando a Susana.
Otra película, cuya mezcla de mexicanidad con surrealismo sobresale es Subida al cielo (1951) una vez más pone como protagonista a una mujer coqueta, empeñada en obtener siempre lo que desea, su nombre es Raquel, interpretada por la guapa Lilia Prado. La historia comienza con la voz de un narrador que nos presenta el lugar en el que sucederán los hechos, un pueblo agrícola de la costa de Guerrero, llamado San Jeronimito en el que la única comunicación con otra civilización es a través del autobús. La tradición dice que las parejas que se casan van a pasar su noche de bodas a una isla desierta, así se disponía Oliverio y Albina, cuando uno de sus hermanos lo alcanza en una lancha para informarle sobre la salud de su madre. Una madre que en el lecho de muerte hace jurar a Oliverio que va a asegurar el futuro del hermano más pequeño, y por ello, le pide vaya por un licenciado para firmar su testamento.
Ahí comienza la travesía en un autobús completamente lleno de personas, entre ellas Raquel; de pronto, Oliverio comienza a imaginar que va en el camión sólo con Raquel, mientras le ayuda a quitarse la ropa, ella se dirige al fondo del autobús que se vuelve una especie de selva, él la sigue y la besa, pero la imagen se corta con la aparición de Albina en el río vestida con velos sueltos. Una vez más se presenta la escena de la pareja besándose y se vuelve a cortar con la aparición de una banda integrada por algunos pasajeros, cuya música está de fondo mientras Raquel y Oliverio se besan; acto seguido, él corre por la orilla del río, ella detrás de él lo alcanza y éste la empuja al agua. Nuevamente están en esa selva y él come una tira que se extiende hasta un lugar en el que está su madre sentada, ambos sonríen y él se acuesta besando a Raquel mientras un rebaño pasa por encima de ellos. Mira hacía el lugar de su procedencia y ve a Albina llorando, corre a abrazarla, se abre la toma y frente a ellos, de espaldas a la cámara, los músicos cambian de melodía y en un trasfondo pasa alguien cargando una oveja en el cuello.
Toda esa escena surrealista tiene elementos bíblicos, como los corderos, el nombre de Raquel significa oveja en hebreo; además la apariencia de Albina como doncella o virgen con una corona de flores en un río, se contrapone a la imagen de Raquel, quien en algún momento usa un traje muy parecido a Albina. La sensualidad y erotismo son parte fundamental de la escena y parece no perder pasión, a pesar de la banda sonora y de la madre de Oliverio. Aunque no es la única parte en la que se genera esta especie de surrealismo mexicano, sí es una de las más largas en la película.
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Por último, El río y la muerte (1954) con Joaquín Cordero, Columba Domínguez y Silvia Derbez. Es una película que rompe el paradigma lineal en la historia, gran parte del tiempo juega con la analepsis o flashback; tiene enraizado lo mexicano por donde lo vean, los personajes, la historia, el paisaje, etc. Sólo que aquí destaca más el conflicto social entre el campo y la ciudad, unos son la barbarie, otros la civilización en desarrollo; por ello, todo el tiempo existe este choque entre tradiciones sin sentido. La historia podría ser la de cualquier pueblo tradicional con poca educación y machista en el que el honor se pelea hasta la muerte; aunque pareciera una película de Pedro Infante o Pedro Armendáriz, donde el valentón es el que sobresale por su gallardía y se la pasa interpretando canciones en la cantina o conquistando el amor de una joven. Aquí siempre resalta más la crítica social hacia las costumbres, con un final predecible y moralizante como las películas anteriores. Es justo esta película que me hace recordar las imágenes de Al filo del agua (1947) de Agustín Yáñez o El llano en llamas (1953) de Juan Rulfo, lugares comunes en la literatura mexicana, en que el imaginario colectivo, lleno de costumbres y tradiciones conocidas por muchos son los principales motivos en la narrativa. Curiosamente, eso es lo que se estaba haciendo casi a la par.
No es que todo el tiempo estas películas saquen a relucir el surrealismo, porque no lo hacen, pero el conocimiento y la técnica de Buñuel heredada de este movimiento, dejan ver un sello particular que nos aclara no estar viendo una película de Ismael Rodríguez o cualquier otro cineasta de la época. Elementos pequeños, escenas elaboradas, argumentos modificados y el trabajo de edición, son algunos de los rasgos de Luis Buñuel.