Paráfrasis| Ibargüengoitia, a propósito de las Olimpiadas

Paráfrasis| Ibargüengoitia, a propósito de las Olimpiadas

En estos días la palabra en boga es fracaso; un término despiadado si consideramos que es dirigido a una delegación de deportistas los cuales tienen un solo objetivo: participar en una justa olímpica. Los medios de comunicación y un sector de la opinión pública han destrozado sin piedad a los atletas mexicanos, con una mezquina excusa: la falta de medallas; y no satisfechos al cuestionar su desempeño, han criticado su aspecto físico como en el caso de la gimnasta Alexa Moreno.

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Dichos sucesos me recordaron el artículo Otra fiesta que se agua ¿Quién pide la próxima olimpiada?, que escribió Jorge Ibargüengoitia cuando se desarrollaban las Olimpiadas de Múnich en 1972. El texto centra su atención en una fotografía de periódico en donde se observa a ciertos remeros regresando a su país natal, después de su participación en la ciudad alemana; al escritor le llama atención el ponzoñoso pie de página: “Después de una semana de vacaciones en Munich”. Ante ello, Ibargüengoitia los defiende:

[…] pero volviendo a la foto de que hablaba, yo francamente no comparto este resentimiento nacional hacia los que no calificaron, por varias razones.

La primera es que yo tampoco hubiera calificado, la segunda, que México nunca ha sido ni famoso productor de atletas, ni se ha distinguido por su habilidad para descubrir el talento de sus habitantes, ni por aprovecharlo. Además de esta ceguera existe un prurito de figurar. Se manda una delegación enorme, no porque haya probabilidades de ganar en muchas competencias, sino para que el día de la inauguración de los juegos se presente un contingente respetable -sus integrantes vestidos de inditos- que bailen la danza del huitlacoche al son de la chirimía, y “coseche palmas” de parte de cien mil alemanes que cree que están viendo visiones.

Cabe señalar que el nivel ha mejorado desde aquel año y ya no se llevan deportistas tan sólo para mostrar una falsa estampa del país, más bien es una potencia en la orbe a pesar de las adversidades que existen en México para ser un atleta de alto rendimiento. Sin embargo, persiste la presión a la Delegación Mexicana y la búsqueda de culpables ante los supuestos fracasos; se pueden señalar a muchos responsables: el presidente de la CONADE, a las instancias gubernamentales o hasta al propio presidente Enrique Peña Nieto; no obstante, la pregunta trascendental es: ¿Porqué cuestionar a los deportistas?

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Presiento que se examina a los atletas con la misma lupa con la cual se enjuicia a los personajes históricos: de héroes o villanos y en la clasificación, no hay términos medios y la transición entre una y otra es endeble; al igual que los próceres de la patria, los deportistas deben cargar con los resentimientos nacionales y con culpas que no les corresponden. Los deportistas son señalados por hechos banales y aislados y no se cuestiona si tienen problemas personales, si los diversos puntos de vista van afectar a sus familiares o cualquier otro factor; en el país lo vital es la victoria y lo demás viene sobrando. Hace cuatro años, Aída Román fue la heroína de nuestro país al conseguir la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Londres; en estos días ante su participación en la justa olímpica y por algunas de sus declaraciones se le cataloga como una sinvergüenza, traidora, ventajosa y mediocre.

Se me acusa de traición a la patria, de enriquecimiento ilícito con la venta de La Mesilla, de la pérdida de Texas, de la bancarrota pública. Tal parece que soy el culpable de todos los desastres ocurridos en los últimos 50 años, incluyendo terremotos y epidemias de cólera. Desearía ser mejor comprendido, que la gente me condene o me absuelva, pero con mayores elementos de juicio. Como todo ser humano he cometido yerros, y algunos de ellos tuvieron consecuencias funestas. Pero de ahí a la monstruosidad que me achacan hay un abismo. Gran parte de mis culpas le corresponde a la sociedad que ahora me crucifica. ¿O acaso goberné un país de niños?

El seductor de la patriaEnrique de la Serna.

La cuestión no es un tema menor porque refleja la frustración de la sociedad a causa de una economía en crisis y un gobierno corrupto, incapaz de dar solución a las necesidades sociales. Peor aún, la violencia que recibimos el día a día por diferentes medios la proyectamos a nuestro prójimo; y no sólo me refiero al atleta sino al que viaja a lado de nosotros en el metro, al conductor del transporte público, al automovilista, al cajero o a quien sea, pero con alguien debemos desenterrar nuestras frustraciones. Lamentablemente, la violencia está siendo parte de nuestra esencia.

Lo anterior me remite a otro artículo de Jorge Ibargüengoitia que se titula Vamos respetándonos. El derecho ajeno; en éste parte de un incidente con un vecino para reflexionar sobre la famosa frase “el respeto al derecho ajeno es la paz”, de nuestro prócer de la patria Benito Juárez. Y señala:

Nuestra sociedad estaba destinada, desde tiempo inmemorial, a producir semejante joya del sentido común. No porque seamos un pueblo especialmente respetuoso del derecho ajeno, sino porque somos extraordinariamente conscientes del propio.

La reflexión me parece fantástica pero al mismo tiempo desgarradora debido a que persiste esta nefasta idea en la sociedad; queremos ser respetados en nuestros derechos pero sin respetar a los demás y tampoco cumpliendo nuestras obligaciones como ciudadanos. El plan para mencionar lo anterior es decir que dejemos en paz a los deportistas, ellos tan sólo ejercen su profesión como cada uno de nosotros; si los vamos a poner bajo la lupa y a ser exquisitos ante su desempeño, seamos parejos y empecemos a cuestionar a cada uno de los miembros de la sociedad. Tampoco olvidemos que es tan sólo un deporte y quizás ofrezca alegrías y tristezas, pero no dará nada más que eso; no solucionará los problemas económicos, ni políticos y mucho menos sociales. Los atletas no son redentores ni verdugos, al contrario nosotros si lo somos.

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Los artículos que mencioné de Jorge Ibargüengoitia forman parte del libro Instrucciones para vivir en México, que lo puedes conseguir en las diferentes librerías de la Ciudad de México y se encuentra disponible en el catálogo de la Biblioteca Vasconcelos.

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