El playlist del metro, un viaje entre el pasado y lo corriente
Un pormenor en mi Curriculum Vitae es: viajo en metro. Y si lo informo no es para recalcar mi condición socioeconómica, ni mucho menos para esperar una retribución en especie, sino para indicar que tolero todo tipo de bajezas. Con ese detalle mando una sutil metáfora: si soporto agravios, alborotos, atropellos, burlas, codazos, empujones, empellones, desestimas, gritos, grescas, hostigamientos, hostilidades, insultos, manoseos, mentadas, ofensas, tumultos y ultrajes con un perfecto mutismo y quietud, ¿Por qué no haría lo mismo en el ámbito laboral?
Ello no se debe tomar como queja, al contrario, a modo de agradecimiento; el metro forjó mi carácter tozudo y agrio, tan necesario en nuestra ciudad. Tampoco busco culpables ante esas desgracias, no se puede esperar más de un medio de transporte el cual fue diseñado para recibir 3 millones de usuarios diarios y admite 5.5 millones de transeúntes. Un excedente de 2.5 millones de personas; cifra peculiar ya que si la ponemos en contexto, ese número es el mismo para la población de Jamaica. Así es, un país entero.
Y a pesar de ese panorama sombrío, no todo es tragedia. Especialmente si eres un usuario frecuente; cada día, el metro nos ofrece estampas urbanas que éstas se clasifican desde lo grato hasta lo desgarrador. Pero esas imágenes cotidianas son sazonadas con un exquisito fondo musical y no me refiero al sonido ambiente, sino al playlist habitual el cual tiene diferentes cometidos; desconozco si esos objetivos sean benévolos o malintencionados. En fin, en la Ciudad del Metro como me gusta renombrarla se rige sobre su propia regla: dentro de ella no existen ni leyes ni códigos.
Pero retomemos al fondo musical y su primer propósito que consiste en ir acorde a la idiosincrasia del metro; en este caso, he escuchado sonidos vernáculos ejemplificados con Banda Carnaval, Banda El Recodo, Julián Álvarez, El Bebeto o Gloria Trevi. Hasta ahí, todo en orden. Sin embargo, esa armonía pierde cohesión con otros géneros y en ese momento diferentes melodías nos trasladan al pasado; no me refiero al lejano con Radio Futura, Nacha Pop, Serrat, Mijares o Emmanuel, sino al cercano con “Sognare” de División Minúscula, “Host of a Ghost” de Porter, “Monitor” de Volovan, “Whoo! Alright! Yeah! Uh-huh!” de The Rapture, “Du Hast” de Rammstein o “Spread Your Love” de Black Rebel Motorcycle Club.
En dicho momento intento ver al reloj del metro para asegurarme de seguir en el 2017 y al advertir que marca “10:96”, me siento Marty McFly. Pienso, ¿Estaré en el pasado, en el futuro o en alguna dimensión desconocida? La respuesta: los relojes del subterráneo, al igual que todo en ese transporte, no sirven. Sin embargo, ¿De dónde surge esa playlist la cual evoca a tiempos de Reactor y al auge del indie rock? Tengo una hipótesis: el encargado del listado (a.k.a. community manager) nació por ahí de finales de los ochenta e inicios de la noventa. Por eso, su versatilidad; se le agradece, por supuesto. No obstante, ¿Qué pensaran los usuarios de la estación Bondojito o Villa de Aragón del soundtrack?
Cabe mencionarlo, el listado musical también está a la vanguardia aunque desafina con las instalaciones obsoletas del metro; por ejemplo, es excéntrico caminar debajo del techo lleno de chicles del transbordo en la estación Jamaica y escuchar “FloriDada” de Animal Collective, “The Lees I Know The Better” de Tame Impala, “In The Night” de The Weekend o algo de rock pop nacional de la mano de León Larregui, Siddhartha, Reyno o Odisseo. No cabe duda, un ingenioso retrato me ofrece la Ciudad de México.
Entonces el playlist musical del metro acompaña a lo cotidiano, nos lleva al pasado y es vanguardista, sin embargo, también es clásico; hace unos días escuché “Real Love” de The Beatles. Pero los pondré en contexto al momento de oírla: estación Hidalgo, hora pico y salida de oficinista y trabajadores; en ese instante uno quisiera prestar oídos a Mastodon, Sepultura o Pantera para tratar de visualizarse en el slam y no en el caos. No obstante, entre los empujones y gritos percibí a la lejanía un verso: “Don’t need to be alone. No neeed to be alone. It’s real love, it’s real”. Y es cierto: a tu lado, metro, jamás estaré solo; mi amor (y odio) hacia ti es real. ¿Qué sería sin ese transporte público? Absolutamente nada.
Después de leer un libro, escuchar el nuevo disco de Elbow y visualizar mentalmente la estructura de esta nota, estoy a punto de llegar a mi destino; eso significa que debemos terminar nuestro recorrido musical. Y quisiera finalizar con otro clásico el cual oí hace unas semanas: “Common People” de Pulp. Al percibirla tuve una revelación, ese es el himno del metro; o al menos, de los usuarios debe serlo. Lo supe al mirar a mi alrededor y ver gente promedio o en palabras de la jerga política, la clase media; un aglomerado sin esperanzas, ilusiones o ambiciones, tan sólo vivir el día a día.
Lo entendí entre la turba y el sofoco al estar cerca de mis prójimos: somos un viaje sin retorno, una causa perdida y un problema sin solución; en otras palabras: somos gente corriente y común, en ese orden de aparición y sentido. Por eso y si uno es observador, verá que nadie sonríe por aquí. Pero ello no me hizo sentir miserable, al contrario, me sentí parte del montón; quien venía a mi lado (llámese señor, señora, niño, niña, obrero, estudiante o una infinidad de géneros) ha fracaso no una vez, sino miles de veces al igual que cualquiera de nosotros. Yo, tú, él, ella, ustedes o ellos, no importa los pronombres personales; para el 95% de esos 5.5 millones de usuarios, la existencia es una contienda interminable. Lo peor de la situación, nadie vendrá a arreglarlo. Poco a poco nuestra vida perderá su control y sentido. Todo se desvanecerá.
Pero ¿Qué importa?, seguiremos bailando, bebiendo y jodiendo; o, ¿Qué otro cosa se puede hacer por aquí?. Continuaremos a manera de la lógica del metro: no importa si nuestra bajada es una u otra estación, continuaremos el flujo y nos dejaremos llevar hasta donde el camino lo permita; viviremos con mucha pena y poca gloria.