Para Skim, cuando la música es un producto
El escritor mexicano de ciencia ficción Pepe Rojo publicó Para Skim en 1977, una historia cyberpunk sobre la relación de un fan con la superestrella Skim:
Es el destino Skim, estamos unidos. Soy el plástico que cubre tus cables, soy el fósforo que ilumina tu monitor, soy el cero que necesita de tu uno para existir
Dejando a un lado la carga estética del cuento en donde implantes, hologramas y chromo inundan el ambiente, quiero rescatar el papel de la industria músical de este “futuro”. Skim no es más que un producto al igual que su música, creado específicamente para enganchar adolescentes incomprendidos, que sólo sienten repulsión hacia la sociedad:
Tú eres mi realidad Skim. Si tú no existes ya no queda nada.
En una sociedad en donde la interacción social se reduce a un trabajo mecanizado, cualquier escape es bueno y una mente frágil y maleable es susceptible a creer que algún mensaje está dirigido específicamente hacia él:
Perdóname Skim por haber dudado de ti. Seguí tus consejos. Escuché tus discos. Casi pude reír cuando me di cuenta de lo que me estabas tratando de decir.
En el desenlace del cuento el protagonista descubre que Skim no es más que un personaje, un robot usado en los conciertos para interpretar los temas diseñados para tener el efecto que tienen en él. Aquí la ficción nos parece familiar. Actualmente el nacimiento de una boy band parece una fórmula, un montón de pre adolescentes blancos y andróginos; vamos, hasta los simpsons tienen la suya, que no es más que un instrumento propagandístico del ejército:
Recientemente tenemos nuestra propia “Skim” o algo parecido: Hatsune Miku es el holograma que llena estadios en Japón, China, Estados Unidos y México; no es un androide, por que, hem, nuestros androides solo pueden hacer esto:
Miku es un “vocaloid” y un personaje de un software de sintetización de voz, que de pronto cobró una popularidad increíble haciendo que se venda todo tipo de mercancía con su “rostro”, juguetes, ropa, mousepads y otros accesorios. Si bien Miku no tiene como propósito lavarle el cerebro a toda una generación (o eso quieren que creamos) es interesante ver como un “producto” creado sin ninguna aspiración artística, tiene tal impacto en tantas personas.