Lo diré: ni me sentí conmocionado por el ambiguo y estéril discurso que pronunció Roger Waters en los conciertos que ofreció en nuestro país; ni mucho menos cambió mi vida como muchos han señalado. Y ya sé que manifestaran: existen personas que nunca se les da gusto. Pero en relieve la alocución del músico británico no ofreció ninguna novedad: es evidente que Trump es un pendejo y aún más, la mayoría ansiamos la renuncia de un presidente corrupto, despreciable y el cual no se cansa de errar. También y con el mismo ímpetu, estamos hartos ante la nula respuesta del gobierno ante problemáticas apremiantes como las desapariciones forzadas y un tema actual, los feminicidios. O acaso, ¿Necesitamos que una voz extranjera y ajena a las dificultades de México ofrezca el aval a nuestros reclamos?
En fin, el alegato me pareció como cualquiera que se presenta en las redes sociales; en mi opinión, si el mensaje fuera relatado por Bono de U2, Fher de Maná o “El Kevin” de Facebook no hubiera pasado nada. Pero no quiero hablar de las generalidades sino de las particularidades, en especial de los espectadores.
Desde mi lugar de partida hacia el centro de la capital me fui encontrando a los fanáticos y también a los que seguían la moda; algunos de ellos desempolvaron y unos más estrenaron su playera de la portada del disco The Dark Side of the Moon. Y refiriéndome a Nicolas Alvarado, esas playeras no me gustan por deslavadas o desteñidas, sino por nacas. Lo menciono porque ciertas camisas tenían en el frente la portada del álbum aludido y en la parte posterior una fotografía del cantante inglés, con la leyenda: “El rey lagarto”. Ese tipo de mercancía y otros accesorios como ceniceros, llaveros y posters se conseguían en la plancha del Zócalo capitalino.
Ya en espera del concierto y para desgracia de los fanáticos la combinación tonos oscuros en las prendas y el sol de la Ciudad de México, empezó a causar sus estragos y muchos cuerpos caían inertes. Pero no sólo la aparición de Waters cerca del atardecer para saludar a la audiencia anunció la cercanía de la presentación; asimismo la boca reseca, la vista perdida y los escupitajos de algunos junto a la mezcla heterogénea de olores como el thinner, marihuana y el mezcal –resguardado en un envase de Big Cola mega- señaló el viaje psicodélico que se esperaba. Con el transcurso del tiempo la desesperación se ampliaba y con ello, el desorden; los empujones, los gritos y la destrucción de ciertos artefactos no se hicieron esperar. La consigna para ello: ¡El maldito sistema opresor!. Una anécdota: un sujeto, tras varios intentos fallidos, logró subirse a una marquesina de una tienda y a lograrlo –desconozco sus razones- entonó un estridente Goya con el alarido de la multitud. Al escucharlo, por un momento, me sentí en un concierto de Los Fabulosos Cadillacs o de Los Auténticos Decadentes.
Posteriormente dio inicio el concierto y era evidente el desconcierto de algunos asistentes porque ignoraban por completo el repertorio y ansiaban escuchar los grandes éxitos “Wish You Were Here” y “Another Brick in the Wall pt. 2”; no obstante, salieron pronto del apuro y como si tuviera el ritmo por dentro siguieron el compás de la música. Waters no era McCartney y en canciones como “The Great Gig in the Sky” o “Welcome to the Machine”, no se podía repetir un sinfín de veces las frases como Let it Be o Hey Yude.
Varios momentos estuvieron cargados de efervescencia, por ejemplo: los reiterados insultos al magnate Donald Trump, el lema “¡Renuncia Ya!” para nuestro presidente y la situación cumbre, el discurso del intérprete londinense. Las consignas cargadas de contenido político se escucharon entre el público: ¡Que chingue a su madre ese pendejo!, ¡Enrique Peña Nieto no es mi presidente! o ¡Donald, entiende, el Mexa no te quiere! resonaron con fuerza en la plancha del Zócalo Capitalino.
No conforme con ello, al terminar el concierto, el hervor seguía en las redes sociales; los asistentes a la presentación clamaban la renuncia de postulantes y mandatarios de ciertas presidencias y pregonaban justicia a diestra y siniestra. Como si los problemas fueran una novedad. Era tanta la ebullición, que imaginé por un momento que al despertarme al día siguiente los encabezados dirían: “¡Peña Nieto dimite! Concierto de Waters y su público, los conspiradores”; sin embargo, vi un titular que decía: “Roger Waters en México: la maquinaria musical convertida en reclamo político”.
Siendo cinco de octubre del 2016 puedo afirmar que el concierto no cambió mi vida ni la de la nuestro país; es cierto, ninguno lo hará. En cuanto a lo musical y visual, aceptaré: fue una experiencia fantástica pero es lo que se debería observar o sentir en una presentación. Ya deberíamos quitarnos esa mala manía de ver profetas por todos lados. Cuando Roger Waters anunció: “Los ojos del mundo lo están observando”, me sentí aliviado al saber que se refería a Peña Nieto; porque si los ojos del mundo nos observaran pediría una enorme disculpa por nuestra estirpe.