Fotos: Mónica Garrido
La edición 2017 de Mutek nos llevó hasta Tlalnepantla. Conforme avanzábamos sobre el Circuito Elevado Bicentenario el paisaje se hacía más inhóspito. Menos capitalino, pues.
Fábrica es, quizás, el lugar más apropiado en que se ha realizado un Mutek: una antiguo complejo industrial que propicia la oscuridad y que une el adentro y el afuera, lo mecánico y lo electrónico, lo específico y lo general de la resignificación de los espacios. El frío no daba tregua y no había tantos rincones para esconderse así que con mi cortesía de bar pedí un “Henny” con ginger ale y me puse a ver las intervenciones visuales. Como dice Mayer Hawthorne, Henny y ginger ale nunca falla.
El Nocturno 1 de Mutek, como su sede, se caracterizó por poner en juego esta dicotomía entre el uno y el cero, entere el esteticismo y el movimiento, entre la luz y la oscuridad. La mayoría de las piezas visuales tenían como fundamento ese espacio que queda justo en la penumbra. Y así, la música que escuchamos esa noche también se movía entre la delgada línea entre el baile y el estupor.
Quizás por su carácter taciturno, el encargado de abrir la velada en la sala B fue el quebequés Lucas Paris. El nombre de su show, ‘AntiVolume IN/EXT’ revela esa dicotomía sobre la que se sustentó la noche: lo interior y lo exterior. Lucas Paris fue creando desde cero un entorno auditivo y visual con sus sintetizadores modulares, controlados por medio de placas que manipulaba con exasperante tranquilidad. En medio de este paisaje sonoro se elevaban como tótem columnas de leds que se encendían, conjuradas por la magia de la música de Lucas. A lo largo de este diálogo entre lo horizontal y lo vertical, Lucas iba jugando con motivos reconocibles que a veces sonaban a techno o a ambient, pero que viraban violentamente en cuanto a alguien se le ocurría empezar a bailar. Nada más terminar, la gente huyo hacía la sala A.
En lo que quizás fue un presagio a la vez acertado y erróneo de lo que sería la noche, el set de la francesa Chloe puso a bailar a toda la banda. Si al principio había cabeceos, al final ya incluso había brincos. Ni el Henny con ginger ale pudo quitarme el frío de esa forma. En palabras de Chloe, su nuevo material Endless Revisions está dotado de “una sensibilidad experimental que prioriza el movimiento a la emoción”. Y así fue. En contraste con lo anterior, el set de la superstar DJ fue un flujo constante de beats bailables y familiares pero no por ello menos complejos. Quizás lo más destacable fue su acompañamiento visual, una especia de monumento piramidal de cristales que una vez más, resultaban familiares sin dejar de ser hipnotizantes. Fue una buena experiencia incluso para aquellos para los que el techno ya no es motivo de veneración.
Kelly Lee Owens era mi acto esperado de la noche. Como un espectro, enfundada en su impermeable espacial, Kelly apareció en el escenario de la Sala A con toda su desesperación y angustia. Sin avisar, pasaba del pop etéreo al techno y al bass y de regreso. Todo resultaba a la vez familiar y ominoso. No había concesiones. Muchos parecían no entender mientras que otros parecían entender algo que no estaba dicho. La mayoría, no sabíamos si bailar o arrodillarnos. Las percusiones filosas golpeaban el pecho con un poder casi ritualístico mientras que las harmonías vocales de la productora inglesa ponían el tono de la eucaristía. El eco de la voz de Kelly seguía resonando por la nave de la fábrica aún cuando ya muchos nos dirigíamos a la Sala B.
‘Arise’, la colaboración entre el productor mexicano No Light y el estudio de diseño interactivo /*pac era un misterio que había levantado muchas expectativas. Tras varios modificaciones a la logística del show, el equipo se presentaba en la sala B con un setup que avisaba que lo que íbamos a presenciar era una colaboración audiovisual en toda regla entre un parroquiano habitual de Mutek y un estudio que está participando activamente en la reeducación visual de México. Tras un falso comienzo, el silencio. La gente no sabía si apoyar o desesperarse. Los cambios de último momento empezaban a hacer mella en el show. Finalmente, el set comenzó con una fuerza esperada pero no anticipada por la mayoría de los asistentes. A lo largo de un show corto pero conciso, No Light y sus colaboradores guiaron al público por un viaje astral que oscilaba entre lo cóncavo y lo convexo, los puntiagudo y lo chato, lo positivo y lo negativo. Los visuales de /*pac, en riguroso blanco y negro, acompañaban al techno oscuro de No Light de una forma que, a veces, parecía hacer creer que era la óptica la que guiaba al sonido. Justo cuando el techno parecía haberse puesto más alegre y bailable, el set terminó en un final heroico que arrancó del público aplausos y vítores. Cuando miré hacia atrás, vi que la banda había acudido en masa como mosquitos atraídos por una luz irresistible.
El show de Elektro Guzzi también fue una anomalía, una experiencia extática basada, otra vez, en opuestos. El show del trío austriaco es sorprendente no sólo por su exactitud matemática, sino porque el hecho de que todo sea creado por tres sujetos con instrumentos análogos replantea las reglas de lo que es la música de bailar. Cuando uno está en un show de Elektro Guzzi, se enfrenta a la disyuntiva entre dejarse llevar por el techno o ponerse a considerar la rapidez con que los tres músicos van creando loops en vivo, con toda la intensidad que podría tener una banda de jazz o de improvisación. Los visuales, naturalmente, parecían señirse a esta precisión industrial con que el conjunto va creando su música, que a ratos es indisociable de lo electrónico.
Ya metidos en asuntos algorítmicos, la colaboración entre el productor Woulg y la artista visual Push 1 stop también se desarrolló como un show a la vez cerebral y sensorial, una auténtica colaboración audiovisual como lo fue ‘Arise’. Aguantando la respiración, uno asiste a un intercambio de ideas sónicas y ópticas entre los quebequeses que tienen lugar en vivo, pues mientras Woulg va soltando loops y percusiones que oscilan entre el techno y el ambient, Push 1 stop va creando paisajes visuales que beben de la estética del glitch y del imaginario contemporáneo de un mundo en que Google Maps ha reemplazado a los atlas como referencia de nuestra concepción del espacio.
La coda de la noche la puso Practice, otro miembro del colectivo Ensamble. Su setup era sorprendente e intimidante, una maraña de cables saliendo de sintetizadores y samplers que responden perfecto al proceso mediante el cual Practice va desarrollando su set: abierto a la improvisación, al error, a lo inesperado. Lo que empezó como una cuestión de dark ambient pronto se convirtió en una fiesta techno que hizo saltar a los pocos asistentes que se aventuraron en la sala B. Percusiones oxidadas golpeaban la pista como cristales rotos mientras el productor mexicano iba desenvolviendo su música que tiene tanto de espacial como de terrenal. Los visuales, que mostraban imágenes distorsionadas de carretera y campo, representaban al igual que el hardware lo que se estaba oyendo: el sentimiento de estar en tránsito, en la frontera, donde los contrastes se hacen más agudos. Al final, uno nunca es más citadino que cuando sale de la ciudad.
Como un compromiso hacia mí mismo, cerré la noche en el show de Nina Kraviz. Aquí, ninguna sorpresa. La DJ rusa puso a bailar tanto a mirreyes como a technosos como lleva haciendo ya rato. Cuando uno está ante una decana de la música de club, las etiquetas, las diferencias entre el deep house, el techno y el acid quedan obsoletas. Sólo queda imitar los robóticos movimientos que la impasible Nina va realizando mientras va mezclando con la seguridad de quien domina a la perfección tanto la técnica de la disciplina como su contenido. Para cuando terminó su set, ya ni un vaso de Henny con ginger ale podía con el frío del Estado de México en una noche de noviembre. Todos nos retiramos con la impresión de que a pesar de las anomalías que habíamos presenciado, no hay ninguna sorpresa en que Mutek sigue siendo uno de los festivales más propositivos de una ciudad en donde hay más bien pocas certezas.