There is another world.
There is a better world.
Well, there must be.
–The Smiths
En su obra Suicidio (2008), el polifacético artista Èdouard Levè relata en segunda persona la historia de un amigo que, al parecer y sin razón aparente, se quitó la vida al dispararse en la cabeza una tarde en donde se disponía a jugar tenis con su esposa y amigos; en la crónica, el narrador no intenta descifrar las razones del hecho sino reconstruir a su prójimo en su justa medida. Una lectura superficial y sin conocer el contexto del libro, nos llevaría a concluir que éste se cataloga en la ficción; no obstante, el escrito se convierte en autobiográfico al saber que Levè se suicidó días después de entregar su obra póstuma a su editor.
En el transcurso del texto el cronista desaparece y es Levè quien dialoga con su persona; en el soliloquio, rememora de manera desordenada y caótica su vida mediante sentencias francas e incisivas. En ellas el autor muestra sus recuerdos, vivencias, ilusiones y deseos, pero también exhibe su universo agobiante y desolado; en éste él es respetado por sus aptitudes y personalidad, querido por sus allegados y a pesar de ello, se siente marginado no de la interacción humana sino de la felicidad. No es fortuito que se catalogue como “un eslabón defectuoso, un rastro circunstancial de la evolución. Una anomalía temporal no destinada a florecer de nuevo”.
¿Remordimientos? Los tuviste por la tristeza de aquellos que te llorarían, pero el amor que te habían dado, y que tú les habías devuelto. Los tuviste por la soledad en la que dejabas a tu mujer, y por el vacío que sentirían tus íntimos. Pero esos remordimientos solo los experimentabas de antemano. Desaparecían contigo: los únicos que tendrían que soportar el dolor de tu muerte serían los que te sobrevivieran. Este egoísmo de tu suicidio te desagradaba. Pero, en la balanza, la serenidad de tu muerte pesaba más que la agitación dolorosa de tu vida.
-Èdouard Levè en Suicidio
Levè no sólo destacó en la escritura, también en la pintura y fotografía y tras ello algunos señalaron a Suicidio como su último performance, sin embargo, no se necesita ser un gran observador, un diestro psicoanalista o un Sherlock Holmes para intuir el propósito del autor para la obra: escribir su epitafio; éste es una introspección, una justificación a eventos futuros y un recuento de sus momentos memorables y desagradables. Su lápida no es de mármol, ni granito, sino de papel y ella nos hereda un vestigio de su andar en el mundo.
Paradójicamente, Suicidio no afronta a la muerte sino a la vida, es decir, la decisión predeterminada del novelista de acabar con su subsistencia le otorga una peculiar visión sobre la existencia; acertadamente Julien Bission indica que la obra nos “lega una necesidad urgente de existencia, un deseo de vida por cumplir”. Para Levé la muerte no es el fin sino el comienzo, en búsqueda de lo desconocido y asimismo de un mundo más placentero que el nuestro. Acontecía el otoño de 2007 y Levé se suicidó pero antes de ello, escribió un testimonio en agonía y dolor; al final de su volumen, nos presenta una serie de tercetos breves y categóricos que reflejan a la perfección la esencia de Suicidio y del propio Levè. En particular, el último terceto nos advierte la ley de la vida:
La alegría me precede
La tristeza me sigue
La muerte me espera