La literatura permite a los escritores -en términos creativos- posibilidades interminables y no sólo por el hecho de poder hacer uso de la ficción, sino porque invita a plasmar de distintas maneras una realidad. En primer lugar, necesito definir el concepto realidad para no caer en un lugar común; cuando me refiero a la posibilidad de plasmar a la realidad no sólo aludo a lo tangible, es decir, a la existencia misma; más bien, aludo a las múltiples interpretaciones que pueden surgir de cualquier tema, sensación, circunstancia o vivencia de cualquier índole. En concreto, me refiero a la realidad personal: la que puede ser ficticia y sólo existir en tu cabeza a manera de evocaciones o de simples historias que surgen de manera espontánea ante determinado estímulo. Asimismo, aquello se puede dar en sentido contrario a todo lo planteado con anterioridad, es decir, a partir de hechos reales se puede crear interpretaciones y son diversos los factores que lo constituyen como la memoria selectiva, una personalidad circunscrita por una patología menor y mayor o a causa de una visión de acuerdo a nuestra estructura de pensamiento. Por consiguiente, la literatura nos envuelve en múltiples lecturas de la realidad las cuales pueden ser plasmadas de las maneras más lineales hasta las más intrincadas y bizantinas.
A lo largo del tiempo en que he practicado la lectura como un hábito regular, viéndome en tercera persona, me doy cuenta de que soy tendiente a mostrar una afinidad por las historias que cuyas líneas narrativas se van desentrañando de manera taimada y sutil, sin dejar de estar enredadas cual telaraña. Hace algún tiempo, me topé con un libro que reunía esta característica y que superó mis expectativas: La Paz de los Sepulcros.
Jorge Volpi -autor de la novela- es uno de los mejores escritores latinoamericanos de su generación debido a su prosa excelsa, su singular manejo de las pausas, su impecable exploración del lenguaje, por la manera en que desarrolla la personalidad de sus personajes, el modo en el que permite y pondera la alianza entre éstos y el lector; es a partir de ahí que empieza a funcionar una maquinaria perfectamente aceitada, que se especializa en narrar historias con sabor a extenuante investigación, sin perder de vista la chispa de emoción y suspenso lo cual concluye con obras complejas y enigmáticas. Volpi nos narra -a través de una historia con aura de novela negra- las vicisitudes de un periodista de un medio sensacionalista, éste se ve inmerso en la investigación del asesinato de un alto mandatario del gobierno; lo anterior, lo sumerge en una maraña de corruptelas políticas donde intervienen problemáticas como la trata de blancas que se da en estos estratos y cuyos representantes son el arquetipo del ser despreciable que se sabe omnipotente y que actúa con la más pulcra impunidad.
La Paz de los Sepulcros es un fiel reflejo del México sórdido, de sus esferas más putrefactas y de una realidad tan evidente pero a la vez tan intangible, que parece esfumarse en el aire; un discurso de obviedades que se esconde bajo la sombra de una ficción que pareciera sólo habitar en el imaginario colectivo de la sociedad, sea por nuestra naturaleza neurótica o por nuestro estado constante de parsimoniosa paranoia, cuyo origen deviene de la misma realidad cotidiana.