Fotos: Zeus Lopéz
Tempers ofreció una noche donde la melancolía se convirtió en una caricia sonora. El dúo neoyorquino desplegó una elegancia minimalista que atrapó a los asistentes desde el primer instante, creando un espacio donde el tiempo parecía diluirse entre sintetizadores etéreos y una voz envolvente.

La atmósfera del show se construyó con paciencia, dejando que cada acorde y cada pausa revelaran una intimidad compartida. La voz de Jasmine Golestaneh flotaba con delicadeza, transmitiendo emociones contenidas que encontraron eco en la audiencia, mientras Eddie Cooper hilaba beats sutiles que funcionaban como latidos de una noche introspectiva.
La sobriedad de la propuesta no impidió que la energía creciera en momentos clave, llevando a los presentes por una montaña rusa emocional que oscilaba entre la contemplación y la liberación. El carisma del dúo no necesitó artificios; bastó con su entrega y la química palpable entre ambos para conectar con el público.
Al final, el show de Tempers dejó una sensación de calma inquietante, como si cada nota hubiera quedado suspendida en el aire, acompañando a los asistentes mucho después de que las luces se apagaron.