Fotos: Paola Baltazar
La noche reunió dos fuerzas musicales que, aunque contrastantes en forma, compartieron una intensidad inquebrantable. King Woman emergió como un espectro hipnótico, con una presencia escénica que oscilaba entre lo etéreo y lo imponente. La voz de Kristina Esfandiari no solo llenó el espacio, sino que lo moldeó a su antojo, llevando cada lamento y grito hasta lo más profundo del público. La instrumentación densa y distorsionada añadía capas de melancolía y furia contenida, generando una atmósfera de trance donde lo celestial se fundía con lo terrenal.
Por otro lado, Earthless tomó el escenario con la energía de una tormenta desatada. Sin necesidad de palabras, su música se convirtió en un viaje expansivo donde la psicodelia y el stoner rock se fundieron en una exploración instrumental sin límites. Cada riff era un portal a otra dimensión, y la batería marcaba el pulso de un ritual hipnótico que no dio respiro. La conexión entre los músicos fue absoluta, entregando un set que más que un concierto, se sintió como una sesión de improvisación cósmica.
El contraste entre ambas bandas resultó en una experiencia sensorial única: King Woman sumergió al público en una catarsis oscura e introspectiva, mientras que Earthless lo transportó a un delirio expansivo de distorsión y frenesí. Una noche de extremos, de luz y sombra, de vulnerabilidad y poder absoluto.