Festival Bandemia: una promesa que se desmoronó…

Seguimos inmersos en una racha negativa que ha manchado la cultura de los conciertos en México. Desde el trágico fallecimiento de Bere y Miguel en Axe Ceremonia, pasando por el accidente en las gradas durante el show de Quevedo, ahora es el turno del Festival Bandemia de sumarse a esta preocupante lista. Lo que comenzó como un esfuerzo genuino por visibilizar a la escena independiente, terminó en un caos generalizado que dejó a cientos de asistentes frustrados, artistas decepcionados y serias dudas sobre la organización de eventos emergentes en el país.

El llamado “Primer Gran Festival Bandemia”, que prometía un escaparate diverso con más de 20 actos de todo el país, colapsó la tarde del 2 de agosto en la Sala Urbana de Naucalpan. No fue por falta de público, sino por una cadena de errores logísticos que expusieron las grietas de un proyecto que no estuvo a la altura de su convocatoria.

Desde Digger cubrimos el evento y fuimos testigos del desorden tanto dentro como fuera del recinto. Aunque al inicio parecía que todo marchaba con normalidad, pronto comenzaron a notarse señales de alerta: filas interminables e insuficientes para conseguir comida, y la preocupante escena de un portazo iniciado desde las salidas de emergencia.

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Alrededor de las cinco de la tarde, se acumuló una gran cantidad de personas en el exterior del venue. Muchas de ellas contaban con boleto en mano o habían adquirido su preventa meses atrás, con la ilusión de formar parte de este nuevo esfuerzo por consolidar a la escena independiente. Sin embargo, se les impidió la entrada bajo el argumento de que el aforo ya estaba completo.

La molestia no tardó en explotar: gritos, empujones, uso de vallas e incluso extintores marcaron una jornada de tensión. La sensación era clara: el festival no estaba preparado para la respuesta que había generado.

Adentro, el público comenzó a enterarse de lo que ocurría fuera, y algunas bandas fueron notificadas directamente por sus fans. A eso se sumaban los problemas previos: el área de alimentos colapsada y una distribución del espacio inadecuada.

Pese a que la capacidad total era de 2,500 personas, “Protección Civil” ordenó cerrar las puertas cuando apenas habían ingresado unas 1,700. Esta decisión evidenció la falta de coordinación entre los distintos actores involucrados.

Las responsabilidades se reparten en al menos tres frentes:

  1. La administración de Sala Urbana, que decidió cerrar accesos sin previo aviso ni protocolo claro, y con actitudes confrontativas hacia el público.
  2. El equipo organizador de Bandemia, que no previó la demanda ni tuvo una estrategia clara de contención y comunicación.
  3. Y un sector del público que, ante la desesperación, respondió de forma violenta, comprometiendo la seguridad de todos.

Cerca de las nueve de la noche, el festival fue cancelado oficialmente. Varias bandas ni siquiera alcanzaron a presentarse. Otras, como Leo Guzpe y Mint Field, decidieron no continuar con su show por razones de seguridad.

Las señales estaban ahí, pero fueron ignoradas. Lo ocurrido en Naucalpan no fue solo un error de logística: es la muestra de cómo la precariedad se ha normalizado en la producción de eventos. Producciones sin infraestructura adecuada, personal mal capacitado, venues que improvisan y decisiones de último minuto se han vuelto parte del estándar. Y quienes siempre terminan pagando los platos rotos son los mismos: el público.

Propuestas como Bandemia, que buscan dar espacio al talento emergente, son fundamentales en un panorama donde el monopolio de los shows y venues limita las alternativas reales para la música independiente. Sin embargo, en esta ocasión cometieron un error grave que no puede pasarse por alto.

Bandemia y su equipo organizador deben asumir con transparencia las fallas y comprometerse a mejorar la experiencia de artistas y público por igual.

La respuesta del público fue, como en muchas otras ocasiones, ejemplar. A pesar del maltrato, no hubo enfrentamientos mayores gracias a quienes optaron por la calma. Aun así, la gestión del evento dejó grietas profundas y muchas dudas sobre la capacidad real de sostener este tipo de propuestas.

La escena independiente merece más. Las bandas, los medios, el público y todas las personas que empujan desde abajo por una cultura musical más rica no deben conformarse con espacios mal gestionados o “zonas grises”. La buena voluntad no basta: se necesita planeación profesional, compromiso y responsabilidad.

El futuro de estos festivales dependerá de nuestra capacidad de aprender de los errores. Bandemia deja una lección valiosa: el impulso independiente requiere mucho más que entusiasmo. Hace falta estructura, alianzas confiables y, sobre todo, respeto por la audiencia que sostiene todo este esfuerzo.

Porque la escena no se construye solo con talento. Se construye con gestión, previsión y cuidado. Ojalá este tropiezo sirva como punto de partida para repensar cómo se organizan y profesionalizan este tipo de iniciativas.

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