Fotos: Laura Villegas ( OCESA Cortesía)
La CDMX, a pesar de los factores que no le favorecen en nada (como la gentrificación, el tráfico, la contaminación, la -inminente- escasez de agua y muchas, muuuuchas cosas más), sigue siendo un punto cumbre en lo cultural, vida nocturna y, sobre todo, cuestión musical. Para todos hay, no importa si es lunes, mitad de semana o fin de la misma, los conciertos no dan tregua dentro de los 365 días del año. Maldita/bendita CDMX.
Marius Lauber aka Roosevelt regresaba a México, escasos meses después de su participación en el Corona Capital 2023 y, de unos años para acá, un recurrente en estas tierras. Sorprendentemente, sin tanto tiempo de promoción. No pasa nada, si un proyecto musical viene a los dos días que se anuncia, los mexicanos vamos. Súmale que Roosevelt nos había volado los oídos y lo digo literalmente, pues “Montreal” se escuchaba por todas partes en esa lejana, pero “early” década del 2010; todos teníamos ese sonido tan electro, pero tan pop, pero tan -mal llamado- “indie”, pero tan rítmico, pero tan chill, pero tan todo. En efecto, era uno de los proyectos a seguir y que prometía tomar la batuta del sonido y el género, por encima de Poolside, Miami Horror, Washed Out y toda esa camada.
Jueves por la noche y el Pepsi Center era el spot elegido para el show, lugar que se ha posicionado como el favorito para actos grandes, pero no tan grandes (…ustedes entienden), tras el RIP del legendario Plaza Condesa (“El Plaza” pa’ los cuates). Inicio puntual, asistentes expectantes y, obviamente, muchos extranjeros. Un set que iniciaba con “Ordinary Love”, tema que inaugura el álbum en promoción: “Embrace”; y mismo set que cobraba fuerza conforme avanzaba el tiempo. Un juego de luces preciso, sin llegar a ser espectacular, pero que acompañaba todo el repertorio que el alemán traía para todas, todos, todes y totis. La energía del público a ¾, y no lo digo porque no lo estuviera dando todo, al contrario, bailaba y cantaba como si no hubiera un mañana, pero había algo extraño. Los intervalos entre canciones eran, en muchas ocasiones, largos y sin mucha interacción por parte de Lauber, a excepción de las palabras de agradecimiento y el mensaje emotivo donde señalaba esa noche, como el show más grande de Roosevelt en México. Entonces ¿qué era? ¿por qué no se sentía esa energía igualando conciertos épicos como Austin TV, The Mars Volta o la única visita de Atoms For Peace? Sólo por mencionar algunos actos que nos ha dado ese recinto, por demás, difícil en cuestiones de apreciación sonora, pero que se nos olvida con el rush del momento. Sí, lo he descubierto: de la mitad para adelante al 100, de la mitad para atrás casi vacío.
Ir a un concierto es, en mi particular punto de vista, una experiencia única. Cada acto es completamente diferente y de ninguno se sale igual (emocional, mental y, me atrevo a decir, espiritualmente). En ese sentido y, a lo largo de los años que he asistido a ellos, nunca he entendido algo: ¿Por qué ve*ga la gente NO SE CALLA durante todo el concierto? Lo peor es que habla de cualquier cosa, menos de lo que está sucediendo, es más, no le prestan atención al show. Supongo que eso significa pagar un ticket; ya pagué, ya nadie me puede decir nada (sólo si estoy fumando, y eso, a veces). ¿Recuerdan los intervalos largos de silencio? Se llenaban con conversaciones en varios idiomas a mi alrededor y Roosevelt era cada vez más difícil de disfrutar, porque, además seré sincero, el ritmo del concierto empezaba a permanecer plano y los temas me empezaban a sonar igual.
Era la fase final del show (calculando el tiempo promedio) y mi amiga Shampoo me encontraba en medio de -poca- gente, pues yo estaba a la mitad del recinto, entre el juego de las luces y la oscuridad que dominaba; más amigos llegaban y me saludaban, uno de ellos me hacía bromas y me regalaba una cerveza completamente nueva (Gracias Cliff). De pronto la música se convertía en el OST de nuestra conversación, muy cagada, por cierto. Y fue así amigos, amigas y amigays, sin darme cuenta, que me había convertido en lo que había jurado destruir… simple y lamentablemente, me había convertido en esa persona que no se calla en los conciertos. ¿Y Roosevelt? Roosevelt se había consolidado como esa eterna promesa.