Acontecía la noche del 7 de agosto de 1930 en la ciudad de Marion, en el estado de Indiana al noreste de Estados Unidos. Una muchedumbre enardecida sacaba de la cárcel a Thomas Shipp, Abram Smith y James Cameron por ser presuntos culpables de robo, asesinato de un obrero y la violación de su novia, Mary Bell; Cameron logró huir, sin embargo, sus compañeros no tuvieron la misma suerte. A ellos los golpearon hasta el cansancio y los arrastraron hacia el árbol más cercano para ahorcarlos; Shipp murió de la paliza y Smith intentó quitarse las cuerdas, no obstante, le rompieron los brazos con un martillo y la multitud logró su cometido. El fotógrafo Lawrence Beitler capturó aquel incidente para la posteridad, en donde se refleja la indiferencia de la turba ante la muerte; el suceso es inconcebible en nuestros días, pero en aquella época eran estampa cotidiana.
La fotografía llegó a manos del escritor y maestro Abel Meeropol. Él afiliado al partido comunista y de origen ruso, se sintió perseguido durante días por la imagen ya que le consternaba el perpetuo racismo en Estados Unidos. Ante ello, en 1937 decidió escribir el poema “Bitter Fruit” que fue publicado en el periódico New York Teacher. En el poema hace alusión a una fruta extraña que cuelga y se balancea con la brisa en los árboles del Sur; además señala la galantería y el fresco y dulce aroma de las magnolias en el Sur, sin embargo, ello no impide oler la carne quemada: el olor a muerte.
El poema recorrió los círculos de izquierda y pronto llegó al oído de Robert Gordon, quien era el encargado de los espectáculos de una solista de jazz en pleno despegue: Billie Holiday. A ella le presentaron el poema que pronto sería canción y sin vacilar decidió interpretarla en un lugar habitual para la cantante, el Café Society; dicho espacio fue reconocido en Nueva York por congregar a personas de color. En la presentación del sencillo el nerviosismo era evidente en Holiday, ya que cantar una pieza de esa magnitud y de un tema tan delicado era una empresa monumental; ella comenta:
There wasn’t even a patter of applause when I finished […] then a lone person began to clap nervously. Then suddenly everybody was clapping.
A partir de esa intervención, Billie Holiday y la canción serían inseparables. El éxito de sus presentaciones fue gracias al dueño del Café Society, Barney Josephson. Él ideó una magnifico plan: “Strange Fruit” sería la última canción del repertorio y en ese justo momento, los camareros suspenderían el servicio y la sala permanecería a oscuras con tan sólo un foco que enfocara el rostro de Holiday; con ello, el público centró su atención en la desgarradora presentación de la solista. El crítico musical Dorian Lynskey señala:
Y la pregunta es la siguiente: ¿uno aplaude, asombrado ante el coraje y la intensidad de la actuación, atónito por el macabro lirismo de la letra y sintiendo que la historia ha hecho acto de presencia en el escenario, o se remueve incómodo en la butaca pensando? «¿a esto lo llaman entretenimiento?».
Pero la exhibición no hubiera tenido fama sin la voz potente y áspera de Holiday que sin estar en el Café Society o en Estados Unidos en los años cuarenta, logra trasladarnos al sufrimiento, angustia y desesperación de miles de afroamericanos. La música pone su parte con Frankie Newton en la trompeta y Sonny White en el piano; ellos inician la melodía con solos de sus instrumentos para crear una atmósfera que absorba al oyente, para después darle el total protagonismo a la voz de Holiday.
“Strange Fruit” pareció ser un estigma para su interprete y escritor. Años después, Meeropol fue acusado de espionaje y de filtrar información a la Unión Soviética y fue ejecutado junto con su esposa. Por su parte, la carrera de Billie Holiday entró en decadencia por su adicción a la cocaína; sus presentaciones vinieron a menos, sin embargo, siempre interpretó con entrega el sencillo que la consolidó en la fama y del cual vendió más de un millón de copias en 1939.
En la actualidad vemos con indiferencia aquellas épocas en donde la muerte era un asunto cotidiano; creemos estar en una era democrática donde se respetan los derechos humanos, pero la realidad demuestra lo contrario: el día a día es un bombardeo de muertes a diestra y siniestra. Peor aún, nuestro desinterés ante los miles de decesos manifiesta que aquel periodo no es tan diferente al nuestro; ya no nos congregamos para ver los linchamiento, sino en la esquina de la calle en el puesto de los periódicos, para mofarnos de la tragedia ajena. Ello nos recuerda que aquellos tiempos no son tan dispares a los de hoy.