“Si he de vivir, que sea sin timón y en el delirio“. Este fue el lema de José Alfredo Zendejas Pineda, aquel que cambió su nombre, argumentando que José Alfredo sólo hay uno, el Jiménez, a Mario Santiago Papasquiaro, en homenaje al pueblo de Durango que vio nacer a José Revueltas, uno de sus héroes literarios.
Fue precisamente uno de esos paseos el que lo llevaría a la muerte al ser atropellado el 10 de enero de 1998, un día antes de que se hicieran las correcciones finales de Los Detectives Salvajes, novela en la cual fue plasmado con el tercer nombre de Ulises Lima. Y es que hay una relación casi exacta entre la vida que eligió Mario Santiago y el hecho de haber fundado el Infrarrealismo, junto con el escritor chileno Roberto Bolaño; ambos fueron un hilo que se fue entretejiendo a raíz de las circunstancias.
Papasquiaro y Bolaño se conocieron en 1975 en el café La Habana, ubicado en Bucarelli esquina con Morelos en la Ciudad de México. El café aparecería después en la novela del chileno como “Café Quito”.
El Infrarrealismo fue una especie de “Dadá” a la mexicana. En algún momento hubo mucha gente, no sólo poetas, sino pintores y sobre todo vagos y ociosos que se consideraron a sí mismos infrarrealistas, pero en realidad el grupo sólo lo integrábamos dos personas: Mario Santiago y yo, comentó Bolaño en una entrevista realizada por la poeta Carmen Boullosa.
No es extraño, y mucho menos erróneo, que el escritor chileno lo haya elegido para personificar al compañero de aventuras de su alter ego Arturo Belano, pues ambos compartían el habitar poético que planteaban los románticos. Juntos adoptaron la bohemia mexicana de los años setenta y la fascinación por la realidad marginal, la infrarrealidad de aquellos que lo han perdido todo. Un poeta aventurero y excéntrico, opositor de las formas tradicionales del literato vendido y el círculo que rodeaba a Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, entre otros. Un hombre de actitud snob y avasallante, entregado a un estilo de vida abarcado completamente por la creación literaria.
“Ulises Lima era mi amigo Mario Santiago. Fue mi mejor amigo, mi mejor amigo de lejos. Poeta mexicano, un ser extrañísimo. En realidad Mario Santiago parecía haber bajado de un ovni hace un par de días. Era un lector empedernido que tenía cosas tan extrañas, como meterse en la ducha y seguir leyendo. Se metía en la ducha y con la mano mantenía el libro así, con la mano tendida. Lo peor es que eran mis libros. Yo siempre veía mis libros mojados y no sabía que había ocurrido. Yo me decía ‘es que ha llovido en México’. México es muy grande y puede llover en una zona de la ciudad y en otra no, es raro pero se puede dar ese caso, realmente un fenómeno curioso de la naturaleza. Hasta que una vez lo sorprendí leyendo en la ducha y yo lo que tenía que haber hecho era ponerme de rodillas a rezar por el milagro que había presenciado, pero no lo hice, más bien lo reté. Mario era un personaje fantástico. No tenía ninguna disciplina. Recuerdo que para ganar dinero trabajamos en diversas revistas mexicanas y era yo el que escribía sus crónicas, el hacía el borrador, yo lo reescribía y luego tenía que escribir la mía”
Con la anterior frase es como Bolaño recordó a Papasquiaro en el programa “La belleza de pensar” de la televisión chilena, transmitido durante la Feria del Libro de Chile de 1999, un año después de su muerte. Éstas encarnan el lema al que el mexicano le fue fiel toda su vida: el poeta es el géiser de su propio ser.
Este texto fue originalmente publicado en Cultura Colectiva.