Recuerdo la madrugada de un par de años atrás en la que junto a varios amigos cantaba Perlas Ensangrentadas de Alaska y Dinarama. La repetíamos una y otra vez; discutíamos sobre el significado de la letra y cada cierto tiempo alguien cantaba una estrofa y en ese vaivén se nos fue la noche entera. En realidad solo bastaba escuchar esas frases tajantes hasta el hartazgo, rebeldes, punzocortantes sobre ese momento en el que decides joderlo todo y clavarle tres disparos en el pecho a alguien. No tienes qué preocuparte por nada, al final todos están muertos… o no.
Tras cuatro cortometrajes y algunas piezas de videoarte que le han proporcionado numerosos reconocimientos, Beatriz Sanchís debuta en el largometraje Todos están Muertos como directora y guionísta en una historia semi-biográfica que nos ubica en 1996 y gira alrededor de lo que no cuesta trabajo asociar a la llamada movida madrileña.
Todos están muertos es la historia de Lupe (Elena Anaya), un personaje claramente inspirado en Ana Curra, quien fuera tecladista de Alaska y los Pegamoides y posteriormente de Parálisis Permanente. Lupe es una estrella caída y mujer sombría quien años atrás fuera ícono musical junto con Diego (Nahuel Pérez Biscayart) su hermano y compañero en la fictícia banda Groenlandia – nombre que hace referencia a una canción de Los Zombies- y que muere en un accidente automovilístico, lo cual deja secuelas graves en Lupe, convirtiéndola en una mujer agorafóbica que pasa el día entero en bata y zapatillas haciendo frenéticamente tartas de manzana para subsistir. Nadie imaginaría que tiempo atrás la movida madrileña hacía de las suyas en nuestros protagonistas así como en decenas de jóvenes ansiosos de liberación cultural e ideológica.
La trama está dotada de referencias que nutren el realismo mágico de la historia; ya sea con el similar final de Diego con el salvaje vocalista de Parálisis Permanente, Eduardo Benavente, y las secuelas que esto dejó en su compañera Ana Curra — aunque Sanchís, al ser cuestionada sobre estos hechos, relata haber padecido lo mismo al perder a su mejor amigo—, con Paquita (Angélica Aragón), la madre de Lupe de orígen mexicano al igual que la madre de Alaska o hasta con la elección de Elena Anaya como actriz principal, quien realizó una de sus mejores interpretaciones en La piel que habito de Pedro Almodóvar, uno de los mayores referentes cinematográficos de la movida madrileña.
Aún cuando la historia da de sí para ahondar más en la vida y las situaciones de los personajes, Sanchís no se clava en los porqués, no juzga y filma sobre un eje ligero y digerible para casi todo público. Dotada de momentos trágicos, la melancolía y la incertidumbre hablan por sí solas, transportando al espectador al transgresor Madrid de los 80’s.
Todos están muertos dista de ser una película perfecta o de culto como algunos se han atrevido a llamarla desde su lanzamiento en 2014, sin embargo me parece relevante destacar la intención de plantear una historia sin pretensiones de más y en palabras de la propia Sanchís: “Si tengo que elegir, elijo perdurar: seguir interesando a una generación tras otra me parece el logro más bonito”.